sábado, 19 de julio de 2014

Día trinta y dos (7-19-14 3:53P.M.)

Mi teléfono ha sonado hoy. No ha dejado de hacerlo en las ultimas dos semanas.

Como de costumbre,  la pantalla mostraba el nombre y la fotografía de mi esposa. Me he limitado a  contemplarlo, sabiendo que no es mi mujer la que está al otro lado del hilo. Es él quien me llama, El Silencio, como siempre. Llamando para provocarme, para arrebatarme el último resquicio de cordura. No se lo que quiere y tampoco me importa. Ojalá simplemente…  pudiera estar en paz.

Desearía no ser tan cobarde, no estar demasiado asustado como para acabar con mi sufrimiento. Aun me aferro a la esperanza de que todo sea un sueño. O el producto de mi retorcida imaginación. Quizá solo proyecciones de pensamientos durante un coma profundo.

Pero en el fondo se que no es asi.

Por mucho que odie como El Silencio se burla de mi, no puedo apagar el teléfono, no soy capaz. Me reconforta ver el nombre de mi mujer y la fotografía que hice de ella durante nuestras vacaciones en la playa el año pasado, escuchar en el tono del teléfono “nuestra canción”

La echo de menos. A ella y a mis hijos.

Pero no queda nadie. Este mundo es un cascarón vacío y yo soy su último parásito. Un parásito que ni siquiera es capaz de salir de la cama. ¿Para qué?


Me quedaré aquí, acostado, soñando que la proximal vez que despierte estate donde quiera que sea que el resto del mundo se ha ido, y me libraré del peso de vivir esta realidad de una vez por todas.

lunes, 30 de junio de 2014

Día Trece

¡No estoy loco!

Yo…

Al menos creo que no lo estoy.

He regresado al Mirage. Se que pensaréis que fue una estupidez. Pero no pude dormir en toda la noche… aquella noche. No pude parar de revolverme en la cama, pensando una y otra vez en lo sucedido. ¿A quién o… a qué, le he disparado? Aquello me corroía por dentro y me di cuenta de que no encontraría la paz hasta que lo averiguase.

Así que volví.

¡No había nada! Una ostentosa alfombra de colores chillones me miraba desde dónde debía haber estado el cadaver de… algo. ¡Es imposible que aquello sobreviviera! Una bala la frenó en seco, tres mas la tumbaron ¡Tiene que estar muerta!

Intuitivamente llevé mi mano al cinturón para coger mi pistola. No debería dudar de lo que hice con ella, disparé cuatro veces a esa cosa, estoy seguro. Aun así la busque pero no la llevaba encima. Palpé mis bolsillos. Nada. Súbitamente me envolvió el pánico cuando entendí que estaba en aquel lugar completamente desarmado, en el mismo sitio dónde algo horrible me había acechado desde las sombras, quizá aun vivo y enfadado por lo de ayer.

Eché a correr.

Me precipité dentro de mi todoterreno y busque el arma. Quizá la dejé en el asiento trasero o en la guantera, a lo mejor se ha caído bajo mi asiento. No. Ni siquiera la he traído conmigo.

Revolví toda la casa buscándola. Los dormitorios, la cocina, mi despacho… no lograba encontrarla por ninguna parte. ¿Como puedo haberla perdido de vista? Desde el primer día de esta… situación, no he dejado de tenerla a mano ¡ni un minuto!.

No se por qué busque en mi armario, en la balda de arriba, dentro de su caja. Quizá fue en la desesperación de no encontrarla que volví a buscar donde siempre había estado hasta aquella noche en que el mundo se quedó parado.

Saque la funda de la caja y quité la correa de seguridad, era imposible ¿Cómo había llegado allí de nuevo?.
Pero allí estaba, metida en su funda. Con el seguro puesto. Y aun peor… Nueve balas de 9 milímetros esparcidas por la caja. Nueve…

He disparado cuatro. La primera lo detuvo. Las otras tres lo mataron. Se que fue así. Aun puedo ver aquella imagen en mi mente. Mis manos todavía tiemblan cuando rememoro aquella criatura corriendo desbocada hacia mi, aquel odio que supuraba. Como la luz se disipaba a su alrededor como si fuera una especie de agujero negro.

No estoy loco.

No lo estoy

domingo, 29 de junio de 2014

Día Doce

Hoy he matado a alguien.

Yo…

Bueno, eso creo. No estoy seguro del todo.

Volví al Strip con la esperanza de hallar a quienquiera que fuese la persona que vi ayer. Entré de nuevo en el Mirage y allí estaba. De pie, al final de la sala de juego, en el mismo sitio dónde la había visto el día anterior. De nuevo agazapada en las sombras.

Está vez la llamé y no huyó. Se quedó justo donde estaba, mirándome fijamente.

Entonces empecé a andar hacia ella mientras continuaba hablándole. Mantuve la serenidad en todo momento mientras le decía lo afortunado que me sentía de haber encontrado a otra persona con vida. Cuando alcancé la mitad del espacio que nos separaba, aquello gritó. Un chillido que helaba la sangre y, definitivamente, no era humano. Un alarido cargado de maldad y odio. Lo que quiera que fuera, se propulsó por los aires, sobrevolando varias mesas de juego de un sólo salto. Nada más aterrizar, casi sin tocar el suelo, profirió su grito de nuevo y cargó hacia mi.

La siguieron las sombras de dónde salió, manteniéndola envuelta en una especie de manto de oscuridad que crecía según se me acercaba. Era como si la propia luz estuviera aterrorizada de aquel ser. Rebusqué por mis bolsillos la pistola. Aquella cosa estaba a tan sólo tres metros de mi cuando disparé. El primer disparo la detuvo. Los tres siguientes la hicieron dar con sus huesos en el suelo.

Me quedé embobado mirándola, a menos de tres metros de mi. Incluso estando así de cerca no puedo decir con seguridad que era aquello. No tengo ni idea de cuanto tiempo estuve allí, observándola, pero no logré acercarme ni un paso más.

Fue entonces cuando esa sensación me embargó. Una sensación de… ¿pánico?, no estoy seguro. No vi ni oí nada, era más como sentirse observado, estudiado. En ese momento me di cuenta de que, si no me iba de allí en ese mismo instante, nunca lo haría.

Así que me largué. Mejor dicho; corrí como si el propio Diablo me estuviera persiguiendo. Quizá fuera cierto, no miré hacia atrás para comprobarlo.

sábado, 28 de junio de 2014

Día Once

¡Hoy he visto a alguien!, ¡Estoy seguro!

Hoy volví al Strip y entre en el Mirage. No se por qué elegí el Mirage pero, nada más entrar, vi alguien andando por su salón principal.

No pude acercarme lo suficiente para saber si era hombre o mujer. Nada más verlo, me quede petrificado. No podía creer lo que veían mis ojos. Hace más de una semana que no veía a otra persona.

No quería asustarlo – podría llevar un arma, tal y como yo – Así que no me atreví a llamarlo. De repente se giró hacía mi, se que me vio, pero sin motivo aparente echo a correr. Intenté perseguirlo pero mi pierna aun duele horrores. Prácticamente cojeando, alcancé la parte opuesta de la sala, por donde mi fugaz compañía había desaparecido .

No estaba allí.

Permanecí buscándola y llamándola durante al menos dos horas, ni rastro de aquella persona.

Quizá haya sido mi imaginación. Ya no doy nada por seguro. Incluso asumo la posibilidad de estar desvariando. Pero tengo que creer que lo que he visto hoy era algo más que una sombra o mi imaginación. Tengo que creerlo o realmente me voy a volver loco.

viernes, 27 de junio de 2014

Día Diez

Internet se ha caído esta noche. ¡Menuda putada! Gracias a Dios aun no se ha cortado el suministro eléctrico. Al menos aun puedo acceder a Internet desde el teléfono. O, mejor dicho, a lo que queda de Internet, porque, a estas alturas, encuentro mas errores 404 que paginas funcionando.

Mi compañía telefónica debería haber usado ese eslogan: “Cuando la humanidad se acabe, nosotros seguiremos ofreciéndote Internet 4G como si sirviera para algo.”

Decidí quedarme en casa todo el día con la música a toda pastilla, quizá no fue una buena idea. Empiezo a pensar que es mejor no desafiar al Silencio. Él siguió llamándome por teléfono. Cuanto más alto ponía la música, más alto sonaba mi móvil, hasta sonar a un volumen que jamás había tenido . Apagué el teléfono, fue inútil. El maldito cacharro no deja de encenderse por si mismo y llamarme, cada vez más fuerte. He pensado seriamente en destruirlo, incluso tuve el martillo en mis manos, pero no pude, aunque se que no es ella, ver su nombre en la pantalla del teléfono me reconforta de alguna manera.

jueves, 26 de junio de 2014

Día Nueve

Hoy me despertó el sonido de mi teléfono móvil. En la pantalla salía el nombre de mi mujer, pero yo sabía que era El Silencio. Supongo que no le hace mucha gracia que haya pasado toda la noche en me dio del ruidoso Excalibur.

Cuando me levanté, un latigazo de dolor me atravesó la pierna izquierda y a punto estuve de caer de bruces. Al examinarme me encontré un moretón enorme en el muslo. Lo más extraño no es sólo que no recuerdo haberme dado un golpe en esa zona, sino que el hematoma tiene pinta de llevar ahí varios días. Estaba muy oscuro en el centro y rodeado de una gran mancha irregular de color amarillento. Como ya he dicho, no es que yo sea médico, pero se cuando una herida tan simple tiene varios días. No me detuve a pensar en lo extraño de la situación, simplemente quería salir de allí lo antes posible.

Me tomó un buen rato llegar desde el Excalibur hasta el Bellagio, donde había dejado mi automóvil. Durante todo el camino oí como El Silencio se reía de mi. De alguna forma me decía que el sabía algo y yo no.

miércoles, 25 de junio de 2014

Día Ocho

Hoy he ido con el coche hasta el centro de Las Vegas. En realidad salí sin un destino en concreto, al final, no se porqué, acabé en el Strip. Las luces del gran bulevar de Las Vegas aun centellean haciendo su eterno espectáculo, lo cual no hace sino hacerlo todo aun más vacío y solitario.

El Silencio estaba allí, por supuesto. Está en todas partes.

Aparqué frente al Bellagio. El espectáculo acuático también estaba en curso. Me quedé un buen rato mirándolo mientras el duro sol del desierto se cebaba conmigo. Había olvidado los rigores del verano en Nevada. Me puse a salvo bajo el porche y, a continuación, me preparé para entrar al casino.

El Silencio esperaba dentro, más agresivo que nunca.

Probablemente consideraba un desafío el continuo canturrear de las tragaperras que intentaban, en vano, atraer con sus cantos de sirena a algún pobre diablo, prometiéndole la eterna oportunidad del éxito, si deposita en ellas el miserable jornal ganado con el sudor de su frente . Durante un momento me pregunté si no habría empezado su algarabía en el momento en que me vieron aparecer por la puerta. Como los cachorros de la tienda de animales que te desarman con su cariño mientras te suplican que te los lleves a casa.

Fui de un casino a otro hasta caer la noche.

En todos halle lo mismo, absolutamente nada.

En el Excalibur, cogí una almohada y una manta de un carro del servicio de habitaciones y me acosté en el centro de la sala de juegos. Todo el lugar era ensordecedor con los sonidos de las campanillas y los zumbadores de las máquinas. El reconfortante ruido me fue acunando hasta que caí en un profundo sueño.

Sin embargo, a lo lejos, justo antes de quedar inconsciente, juro que pude ir al Silencio soltar una carcajada burlona. Yo sabía que era para mi.