Mi teléfono ha sonado hoy. No ha dejado de
hacerlo en las ultimas dos semanas.
Como de costumbre, la pantalla mostraba el nombre y la fotografía
de mi esposa. Me he limitado a
contemplarlo, sabiendo que no es mi mujer la que está al otro lado del
hilo. Es él quien me llama, El Silencio, como siempre. Llamando para provocarme,
para arrebatarme el último resquicio de cordura. No se lo que quiere y tampoco
me importa. Ojalá simplemente… pudiera
estar en paz.
Desearía no ser tan cobarde, no estar
demasiado asustado como para acabar con mi sufrimiento. Aun me aferro a la
esperanza de que todo sea un sueño. O el producto de mi retorcida imaginación. Quizá
solo proyecciones de pensamientos durante un coma profundo.
Pero en el fondo se que no es asi.
Por mucho que odie como El Silencio se burla
de mi, no puedo apagar el teléfono, no soy capaz. Me reconforta ver el nombre
de mi mujer y la fotografía que hice de ella durante nuestras vacaciones en la
playa el año pasado, escuchar en el tono del teléfono “nuestra canción”
La echo de menos. A ella y a mis hijos.
Pero no queda nadie. Este mundo es un
cascarón vacío y yo soy su último parásito. Un parásito que ni siquiera es
capaz de salir de la cama. ¿Para qué?
Me quedaré aquí, acostado, soñando que la
proximal vez que despierte estate donde quiera que sea que el resto del mundo
se ha ido, y me libraré del peso de vivir esta realidad de una vez por todas.
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