sábado, 19 de julio de 2014

Día trinta y dos (7-19-14 3:53P.M.)

Mi teléfono ha sonado hoy. No ha dejado de hacerlo en las ultimas dos semanas.

Como de costumbre,  la pantalla mostraba el nombre y la fotografía de mi esposa. Me he limitado a  contemplarlo, sabiendo que no es mi mujer la que está al otro lado del hilo. Es él quien me llama, El Silencio, como siempre. Llamando para provocarme, para arrebatarme el último resquicio de cordura. No se lo que quiere y tampoco me importa. Ojalá simplemente…  pudiera estar en paz.

Desearía no ser tan cobarde, no estar demasiado asustado como para acabar con mi sufrimiento. Aun me aferro a la esperanza de que todo sea un sueño. O el producto de mi retorcida imaginación. Quizá solo proyecciones de pensamientos durante un coma profundo.

Pero en el fondo se que no es asi.

Por mucho que odie como El Silencio se burla de mi, no puedo apagar el teléfono, no soy capaz. Me reconforta ver el nombre de mi mujer y la fotografía que hice de ella durante nuestras vacaciones en la playa el año pasado, escuchar en el tono del teléfono “nuestra canción”

La echo de menos. A ella y a mis hijos.

Pero no queda nadie. Este mundo es un cascarón vacío y yo soy su último parásito. Un parásito que ni siquiera es capaz de salir de la cama. ¿Para qué?


Me quedaré aquí, acostado, soñando que la proximal vez que despierte estate donde quiera que sea que el resto del mundo se ha ido, y me libraré del peso de vivir esta realidad de una vez por todas.

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